Te propongo que imagines una situación:
Un chico llega a su casa un día cualquiera tras el colegio. Ha suspendido un examen de matemáticas, asignatura en la que aún le cuesta avanzar. Se lo enseña a su padre. Este recuerda que, el día antes del examen, el chico estuvo jugando al ordenador toda la tarde. Esto le genera un gran enfado. Automáticamente, grita a su hijo. La situación se tensa y la ira aumenta por ambas partes mientras discuten, generando malestar y un ambiente desagradable.
Ahora imagina la misma situación. Sin embargo, en este caso, el padre respira profundamente y decide apostar por una medida distinta: reforzará a su hijo mediante la posibilidad de jugar al ordenador si aprueba el examen de recuperación. El chico acepta el acuerdo.
No, no es una clase de educación para tus hijos. Dejemos de lado la eficacia de las medidas elegidas. ¿Qué cambia de la primera a la segunda situación? ¿Cómo son las consecuencias en ambos casos?
Para empezar, sabemos lo que se mantiene: la emoción. La ira se genera igualmente, derivada de un recuerdo y un pensamiento.
No obstante, cambia la respuesta, la conducta emocional del padre. Y también se altera el efecto causado. En la primera situación, la emoción se hace más grande. En cambio, en el segundo caso, esta se mitiga, generando un ambiente más agradable, y no llegando ninguna de las dos personas al bloqueo.
Esta es una de las bases de la inteligencia emocional. En el «trialismo» formado por la emoción, el pensamiento y la acción, la única que depende únicamente de nosotros mismos es la última.
Para llegar a una gestión emocional adecuada, hay que pasar por tres fases fundamentales: la toma de consciencia, la regulación emocional y la gestión de la conducta.
Toma de consciencia emocional
El primer escalón de la inteligencia emocional consiste en reconocer y comprender nuestras emociones. Antes que nada, un recordatorio rápido de las seis emociones básicas: Alegría, Tristeza, Miedo, Enfado, Sorpresa y Asco. ¿Sabes identificarlas todas?
En este punto, podemos diferenciar los siguientes procesos:
- Identificación de la emoción presente
- Análisis del hecho y la interpretación que la ha generado
- Comprensión del efecto que está causando
Para el primer proceso, es importante conocer, al menos, las emociones básicas que acabo de mencionar. Entonces, la clave está en poner nombre a la emoción o las emociones que te están influyendo en ese momento.
Una vez situada la emoción, llega el siguiente proceso. En este punto, es necesario que analices cómo y por qué ha surgido esa emoción. ¿Qué aliciente externo (hecho) y qué interpretación interna (pensamiento) te han llevado a sentirte de una determinada manera? En otras palabras, reflexiona sobre lo que ha ocurrido antes de la aparición de dicha emoción.
Por último, hay que hacer el proceso inverso: analizar el después. ¿Qué consecuencias está provocando tu estado emocional? ¿A qué conductas te lleva? ¿Qué te pide el cuerpo en este momento?
En el ejemplo de la introducción, la emoción es la ira o enfado. El hecho que lo ha provocado es el suspenso, y la interpretación es que el hijo no se ha esforzado lo suficiente. La consecuencia es una rabia que pide ser desatada mediante la agresión.
En resumen, hazte estas preguntas:
- ¿Qué estoy sintiendo ahora mismo?
- ¿De dónde proviene?
- ¿A qué pensamientos me lleva?
- ¿Qué acciones me pide tomar?
Regulación emocional
El siguiente paso en la gestión de las emociones es regularlas. En otras palabras, se trata de ver cómo puedes interpretar esa información que acabas de obtener en el punto anterior. Tienes tres opciones:
- Tratas de luchar contra la emoción
- Te evades haciendo cualquier otra actividad
- Aceptas la emoción y tratas de gestionarte a través de ella
Pues bien, como te he comentado antes, no tenemos el control de nuestras emociones. Por ello, es imposible luchar contra ellas. De hecho, si las gestionamos de esta forma, llegaremos a la frustración, puesto que el estado emocional persistirá e, incluso, se magnificará.
Por otra parte, la evasión puede ser una técnica interesante en situaciones de carga emocional muy intensa, para tratar de pasar el primer choque que te ha provocado una situación. No obstante, la emoción no desaparece de este modo. Tarde o temprano tienes que asumir que sigue ahí y gestionarla.
Entonces, llegamos a la aceptación emocional. Esta es la opción más adecuada en la mayoría de situaciones. Pero aceptar va más allá de observar la emoción y su causa. La clave está en la rendición.
Es esencial que te rindas ante la emoción que te abarca. Esto no implica sucumbir ante ella y ante las conductas extremas que te pide llevar a cabo. Significa asumir su existencia, aceptar que no va a irse cuando tú quieras, que esa batalla está perdida.
En consecuencia, lo que te toca es gestionar el diálogo interno. En esencia, este abarca la valoración que haces sobre tus pensamientos, emociones y acciones. Es decir, la manera en que interpretas tu situación actual.
Un diálogo interno sano irá ligado a rendirte y aceptar la emoción que estés experimentando. A partir de esta rendición, puedes actuar y tomar decisiones en base a lo que sí controlas: tu interpretación y tus acciones.
En definitiva, cambias el paradigma. La batalla «mente vs emoción» se transforma en una alianza en la que ambas trabajan de la mano para obtener los efectos más óptimos para tu vida.
Gestión de la conducta
Por último, llegamos a la gestión de tus comportamientos. La acción.
Este es el punto en el que te enfocas en esa parte que sí depende completamente de ti. Para ello, es importante que consideres dos cuestiones:
- Acompañar a la emoción, actuar de la mano con ella
- Abordar aquellas cuestiones que estén bajo tu control.
Te recuerdo un aspecto esencial: no puedes luchar contra lo que sientes, no puedes hacer que desaparezca mágicamente. Con ello en mente, el objetivo de este punto es no dejar que la emoción se magnifique y tome el control, llevándote al bloqueo.
Lo anterior es aplicable tanto a emociones «positivas» como «negativas». Tan perjudicial es que la ira te domine como que la alegría aumente demasiado y se transforme en euforia desatada.
Para ello, te recomiendo estas reflexiones:
- ¿Qué conductas o acciones me pide tomar mi emoción? (recuperando esta pregunta del apartado de toma de consciencia)
- ¿Cuáles son las acciones alternativas que me permite esta situación?
La segunda pregunta será clave, ya que servirá como punto de partida para el plan de acción. Este plan define los parámetros por los que se guiará tu conducta. A partir de entonces, solo queda un paso: ponerte en marcha.
Un resumen rápido
En definitiva, el camino a la gestión emocional óptima se resume en tres etapas
- Toma de consciencia (reconocimiento y comprensión)
- Regulación emocional (aceptación y rendición)
- Gestión de conductas (acción)
La meta que te recomiendo tener en mente es automatizar este proceso, es decir, convertirlo en un hábito. Para ello, será necesario que comiences a aplicarlo de manera consciente, teniendo éxito en algunas situaciones y tropezando en otras, pero sin dejar de persistir.
De esta manera, podrás integrar esta habilidad en tu vida, lo cual te beneficiará en todos los ámbitos de la misma. En última instancia, lograrás la tan mencionada pero a veces desconocida Inteligencia Emocional.
¿Qué te ha parecido este artículo? ¿Cómo vas a empezar a aplicar la estrategia que te he propuesto?
Espero que haya resultado útil. Estamos en contacto por los comentarios y en mis redes sociales. ¡Un abrazo!