Aristóteles defendía que la ira era una emoción necesaria para alcanzar metas. Séneca, en contra de esta idea, afirmó que la ira es la peor de las pasiones, asemejándola a la locura, ya que nos hace actuar sin ningún fin y conlleva perder la cordura conforme se sucumbe a ella. Sea como sea, la ira está dentro de las emociones negativas, ya que la conducta que deriva de ella, sin control, puede provocarnos grandes daños a nosotros mismos y a nuestro entorno.
Precisamente el final de Séneca es un gran ejemplo de las consecuencias de la ira desmedida. El filósofo y político nacido en Córdoba fue condenado a muerte por Nerón, de quien había sido mano derecha desde sus comienzos como líder romano. El emperador, cegado por su cólera crónica, acabó encontrando la justificación en una falsa acusación para acabar con la vida de su mentor. Este es el mayor problema de la ira. Nos consume y nos hace sucumbir a ella si no somos capaces de detectarla y gestionarla.
Hoy, me gustaría hablarte sobre las causas que provocan la ira y sobre qué puedes hacer para controlar sus efectos y mantenerla a raya mientras sacas provecho de ese impulso que puede llegar a darte. ¿Comenzamos?
Causas de la ira
La emoción de la ira puede presentarse en diversos contextos y situaciones, pero puede hacerse una clasificación que reduzca estos casos a 3 tipos según la causa que los genere.
En primer lugar, tenemos aquellos momentos en los que la ira surge por hechos que se salen de lo previsto, lo esperable o lo que nos gustaría que ocurriese. Así, puedes sentir rabia en situaciones muy variopintas, desde cuando se te rompe la punta del lápiz hasta cuando una persona cercana fallece.
Por otra parte, la ira también se presenta cuando nos sentimos ofendidos o vejados por actitudes de otras personas. Aquí, entra en juego el orgullo e, incluso, el ego. De esa forma, las situaciones de este tipo son, de nuevo, externas a la propia persona. En este grupo, podríamos incluir al cantante que es criticado en un concierto o al conductor que es adelantado por la carretera, entre otros muchos casos.
Para terminar, están aquellos acontecimientos en los que se produce un error por nuestra parte. Esto hace salir a la luz la autoexigencia que, entre otras cosas, puede generar ira. Aquí, estamos hablando de una cuestión interna. El único responsable de la situación que ha generado la emoción es la persona que la experimenta.
En resumidas cuentas, los dos primeros tipos tratan hechos que no dependen de uno mismo, mientras que el último se presenta en situaciones que controlamos. Por tanto, podríamos afirmar que la ira es limitante cuando un contexto se sale de lo que esperábamos o queríamos y cuando nos sentimos humillados o dañados. Contrariamente, esta emoción puede llegar a resultar enriquecedora si se dirige adecuadamente cuando surge en una situación de error personal. Así, en lugar de enfocarla hacia poner excusas o dañarte a ti mismo, podrías aprovecharla como inspiración para tu mejora y tu crecimiento.
Aun así, es importante tener en cuenta que los tipos no son exclusivos. La mayoría de situaciones que experimentamos en el día a día mezclan aspectos externos y propios. En consecuencia, la clave reside en tener capacidad de diferenciar lo que depende de nosotros y lo que no.
2 formas de gestionar la ira
Es importante que recuerdes que las emociones no se pueden eliminar. Por tanto, cuando la ira aparece, no es posible dejarla atrás con un chasquido de dedos. Sin embargo, sí podemos gestionar otros aspectos alrededor de la misma, como el contexto o nuestra respuesta emocional. Si quieres aprender a regular la ira y sus consecuencias, te ofrezco dos perspectivas:
– Antes de que aparezca: como te he comentado, si bien la propia emoción no se puede evitar o borrar directamente, sí es posible prevenirla tomando ciertas medidas. En general, lo que te recomiendo es cuidar tu entorno. Rodéate de personas sanas y trata de cubrir tu día a día de actividades que generen el menor estrés posible. Cuanto menos probable sea una situación de ira, menor preocupación por la gestión de su conducta.
– Una vez ya ha aparecido: aquí es donde está la verdadera chicha. Y es que, por muy bien que te rodees en tu día a día, es inevitable que se presenten situaciones que te generen ira. Cuando esto pase, lo primero que debes hacer es recordar lo comentado en el apartado anterior: detecta lo que dependa de ti y lo que no para así poder regular tu comportamiento. Para ello, utiliza estos dos pasos:
- Diferencia los aspectos insignificantes de aquellos que sí necesitan atención: de estos casos en los que ocurre algo que te genera enfado o rabia, la mayoría son hechos que no tienen la suficiente importancia, ya sea porque su impacto es ínfimo o porque directamente no puedes controlarlos. Con esta reflexión, los insignificantes ni siquiera ocuparán nuestro tiempo.
- Para, respira y analiza objetivamente cómo abordar esos problemas que sí requieren de esa atención: una vez discriminados los problemas reales y puesto el foco en ellos, es momento de gestionarlos. Para ello, te dejo un artículo en el que te hablo del método STOP.
Espero que te hayan servido estos consejos. Te recuerdo que puedes contactar conmigo a través de los comentarios o del correo electrónico paco@coacharte.es si tienes alguna duda o te gustaría llevar a cabo sesiones de Coaching. ¡Que tengas buena semana!